El 1 de julio hay elecciones en México. El seguimiento de la campaña en los diarios la dibuja larga, sucia y trascendente como pocas, es decir, como cualquier campaña electoral española vista en televisión, seguida en la prensa escrita o en redes sociales. Las campañas comienzan siempre mucho antes de su comienzo oficial.
Desde de la posición más a la izquierda se presenta, por tercera vez, el exalcalde de la Ciudad de México Andrés Manuel López Obrador del partido MORENA (Movimiento regeneración Nacional) por la Coalición “Juntos haremos historia”.
El PRI, es el actual partido del gobierno del presidente Peña Nieto. El PRI gobernó México durante 70 años hasta que se establecieron elecciones con garantías y posibilidad real de alternancia en el poder. El candidato es José Antonio Meade Kuribreña en coalición con los ecologistas. Se hacen llamar “Todos por México”.
Por el centro derecha, está el Partido Acción Nacional, democristianos liberales. Es el partido que gobernó México entre 2000 y 2012, con Vicente Fox y Felipe Calderón. Su candidato es Ricardo Anaya Cortés y se presentan en coalición con el PRD (izquierda) en “Por México al Frente”.
Por último, hay un candidato independiente proveniente de las filas priistas, Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón “El Bronco”.
Las elecciones incluyen candidatos a diputados y senadores por los partidos en todos los estados y en esta ocasión en algunos de ellos confluyen las presidenciales con las elecciones a gobernador o a alcaldes.
En la República Mexicana hay un poder central y 32 Estados o entidades federativas autónomas y soberanas cuyas leyes en ningún caso pueden contradecir las establecidas en la Constitución. Yo me acuerdo muy bien de esto cuando algunos en España predican las bondades del federalismo que a grandes rasgos funciona como el autonomismo, pero con menos competencias y con otro nombre para las entidades soberanas. Es una estupenda señal que tanta gente en “estepaís”(España) pueda dedicar horas a disputar el nombre de las entidades federativas y empeñados en pensar que si cambian de nombre van a ganar competencias que ya tienen. Pero no me distraigan que no es el tema de hoy.
Vamos a 1994. El 23 de marzo de 1994 terminé una guardia en la Cruz roja donde hacía mi servicio social obligatorio, las prácticas de fin de carrera. Después de un día de teléfonos sonando y con la cabeza recargada de las penas de otros por los que hacíamos lo que podíamos, fuimos a dar una vuelta al centro comercial cercano. De pronto, un creciente zumbido se apoderó del ambiente. El desasosiego recibió su nombre en la primera pantalla de televisión que pillamos y a partir de ahí nos acompañó durante días. Acababan de matar en Tijuana a Luis Donaldo Colosio, candidato priista a la presidencia. Un hombre le disparó a quemarropa. Hasta hoy no sabemos si quien paga con pena de cárcel es el asesino porque no se le parece en nada.
Acabó gobernando quien fuese su jefe de campaña, Ernesto Zedillo, que se atrevió a favorecer la creación de órganos que velaran por elecciones limpias y propició la alternancia en el poder, una verdadera gesta de decencia democrática.
Entre otras frases, el discurso del candidato asesinado era así: “Es la hora de reformar el poder, de construir un nuevo equilibrio en la vida de la República; es la hora del poder del ciudadano. Es la hora de la democracia en México; es la hora de hacer de la buena aplicación de la justicia el gran instrumento para combatir el cacicazgo, para combatir los templos de poder y el abandono de nuestras comunidades.¡Es la hora de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad!”
Predicaba la separación de poderes y el adecuado funcionamiento del Estado de modo que no fuesen otros quienes gobernasen en la sombra y con intereses espurios. Parecía muy de verdad. Pero es conocido que los “templos del poder” no renuncian tan fácilmente. Les va la vida en ello. Pues eso…
De entonces hasta hoy ha habido gobiernos Federales de dos partidos distintos y cada uno ha lidiado con el cacicazgo, el narco, la economía, las desigualdades, las relaciones con el vecino del norte, la satisfacción o no de las mínimas necesidades, servicios e infraestructuras para los hoy más de 130 millones de habitantes como ha querido, ha podido o le ha convenido.
El mexicano, muy contrariamente a los estereotipos, es un ser que “sin embargo, se mueve”. Cada 6 años cambiamos de gobierno y el último año es conocido como el año de Hidalgo (chingue su madre el que deje algo). La sabiduría popular cuenta que todo gobierno saliente y sus afluentes arrasan y descapitalizan tanto como pueden porque saben que se van. Es común oír hablar de lo mal que van los negocios y sin embargo, ahí seguimos contra todo pronóstico. Algunos hasta consiguen prosperar y hay muchos que siempre encuentran como ganarse la vida. No recuerdo un solo momento en que la nube no planease sobre las cabezas de los mexicanos. Pero canta y no llores…
Desafortunadamente la violencia y la delincuencia organizada en México no son excepcionales ni coyunturales. Aun sabiéndolo desde siempre, tener pruebas fehacientes de que en el discurso uno puede dejarse la vida, a algunos, sin darnos cuenta, nos cambió para siempre.
Ahora volvamos a 2018. Esta campaña electoral lleva 132 políticos muertos en distintas localidades. Se ha eliminado a alcaldes, aspirantes a concejales, candidatos a distintos cargos y localidades y de partidos diversos y mentiría si dijera que me enterado puntualmente de cada asesinato. Después de cada muerte la campaña continuaba. La normalización de la violencia es apabullante. El mexicano duerme con ella en la cama y “sin embargo se mueve”. Este año la cifra de asesinados en el país asciende casi a 30.000,¡treintamil! ¿Qué son 132 aunque sean candidatos? ¿Qué más da que asesinen a periodistas que se atreven a destapar un agujero apestoso? ¿Qué más da matar a una candidata que le va a fastidiar el negocio al jefe si de eso viven tantas familias? ¿Qué más da si tienes que pisar el acelerador en los semáforos en rojo? ¿Qué importa si desaparecen nosecuantos estudiantes o matan a otros porque los confunden con bandas rivales?
Todos los candidatos pretenden o eso dicen, ocuparse de atajar la violencia; desde la izquierda con más vehemencia y más certeza absoluta y desde el otro lado mirando un rompecabezas que se sabe complicado. Mientras el país sangra la economía se hunde del susto. A los mercados no les gusta la campaña, a los negocios les escuece la política de Trump, los vecinos estornudan y México enferma de neumonía. Pregúntale a un mexicano cómo va todo: “de la chingada”.
El antropólogo y exmiembro del partido comunista mexicano (de larga tradición pero siempre minoritario) Roger Bartra en una entrevista concedida a el País dijo: “la tradición comunista desapareció, pero se mantuvo la populista. Y es lo que estamos viendo. Domina el panorama este populismo de derecha obradorista. Así que la izquierda está en muy mal momento en México. Este populismo de origen priista es como el peronismo y en Argentina es difícil encontrar rasgos de la izquierda. Me temo que vamos por ese camino…” y ante la pregunta de qué teme de López Obrador respondió: “La posibilidad de que se vuelva muy autoritario. De que afecte a todo lo que se ha logrado en avances democráticos, que dañe la tradición democrática que todavía no se ha consolidado. Temo su talante autoritario.”
El mercado inmobiliario y los negocios en general toman aire y ponen la musiquita de espera. La fuga de capitales del año de Hidalgo se suma al miedo al populismo, todo aquel que tiene ojos para ver se mira el espejo de América del Sur. Las promesas de salvación y soluciones fáciles ante la grave enfermedad hacen que la gente que se ha ganado hasta el último céntimo tiemble al ver las encuestas que dan ganador a López Obrador. Algunos de cerca y otros de lejos deseamos que lo de “hacemos historia” comience con alguien que no sea López Obrador.
Espero que las mayorías silenciosas, que como todos aquí sabemos, existen, sean decisivas. Algo tiene que pasar, pero la solución no puede ser fácil.
Mientras, México mira rodar un balón y canta. La vida sigue casi siempre.